Misteriosos y escurridizos, los sueños son sin duda una de las experiencias más íntimas y personales para cada individuo. Paradójicamente, los artistas occidentales siempre han representado estos estados, revelando al público estos fenómenos oníricos, cuya percepción e interpretación han evolucionado con el tiempo.
En sus orígenes, los sueños se asociaban a profecías, oráculos y anuncios. Los sueños son el vehículo perfecto para los mensajes divinos, como demuestran las diversas ilustraciones de los sueños de personajes bíblicos, como el de San José, en el que un ángel le ordena casarse con María, huir a Egipto y regresar cuando Herodes muera. El sueño representa una valiosa fuente de información y se entrega necesariamente a una persona digna de transmitir la revelación. Encarna así el acceso a una cierta forma de verdad.
Por otra parte, durante mucho tiempo los sueños personales se consideraron inútiles, ya que no servían para nada a la comunidad. Además, se asociaban con la locura o la enajenación mental. Esta visión, muy arraigada en la Edad Media, continuó durante el Renacimiento, que, aunque famoso por su filosofía humanista y su énfasis en la individualidad humana, prestó poca atención a la importancia de los sueños. Sin embargo, Albrecht Dürer fue una de las excepciones, y en 1525 dejó testimonio de su curiosidad por las representaciones oníricas. El artista alemán, que obtuvo reconocimiento internacional en vida, representó un paisaje en acuarela en el que columnas de agua caían violentamente del cielo. El comentario dejado bajo el cuadro sugiere que, Dürer aterrorizado, se despertó de repente y decidió representar lo que acababa de ver. Sin embargo, en los siglos XVI y XVII, la filosofía cartesiana siguió desacreditando las representaciones oníricas. Los artistas, profundamente influidos por los cánones y las convenciones clásicas, siguieron ilustrando los sueños bíblicos.
No fue hasta el siglo XIX cuando la subjetividad se convirtió en un rasgo importante para los artistas. Los sueños se convirtieron en un tema favorito para la autoexploración, y los románticos alemanes los denominaron “el segundo mundo”. Considerados como un medio para escapar de la realidad, los sueños se convirtieron en una metáfora de la soledad poética, revelando lo que yace en lo más profundo de las almas, tanto en la literatura como en la pintura. En su obra Los sueños de la razón traen monstruos, Francisco Goya representa a un artista dormido junto a sus instrumentos. El hombre está rodeado de monstruos voladores, que simbolizan la ignorancia y los vicios de la sociedad.
Con la aparición del simbolismo, los sueños dejaron de ser meramente estéticos para asumir el papel de fuente de creación. Este movimiento, contemporáneo del psicoanálisis y de las teorías de Freud, se opuso al naturalismo y al realismo y se convirtió en la forma preferida de representar los misterios de la realidad. En esta nueva visión, los objetos y los sujetos adquieren su significado únicamente a través de su simbolismo. Odilon Redon, por ejemplo, se hizo famoso por sus exploraciones de diversos aspectos del pensamiento, desde el lado más oscuro y esotérico del alma humana hasta los mecanismos de los sueños. En varias de sus series, el artista representa inquietantes criaturas híbridas salidas directamente de su imaginación, característica que le valió el apodo de “Príncipe de los Sueños”.
Pero no podemos hablar de sueños sin mencionar el surrealismo. Este movimiento, surgido en la década de 1920, pretende vincular todos los estados mentales de la creación aboliendo los límites de la realidad. Por ello, sus artistas basaron su interés en la hipnosis, el espiritismo y el sueño, es decir, en todo aquello que pudiera hacer aflorar el inconsciente para que las obras se formaran por sí solas, sin ningún control real por parte de su creador. Los surrealistas lograron este estado de semiinconsciencia mediante una serie de técnicas, como la escritura automática y la narración onírica, que consiste en describir el propio sueño nada más despertarse, cuando aún se está en estado de somnolencia. Salvador Dalí también estuvo en el origen de la paranoia-crítica, una práctica que pretende representar imágenes dobles casi invisibles que hacen que la percepción sea más compleja de lo que parece a primera vista. En Aparición de cara y plato de fruta en una playa, la cabeza del perro del fondo está formada en realidad por montañas, el mar y un túnel. El collar está representado por un viaducto. Por último, en el centro de la composición, el frutero con peras revela el rostro de una joven cuyos ojos son conchas.
Los surrealistas sugerían que, más allá de la realidad, sólo la insensatez podía conducir al arte. Para ellos, lo real y lo imaginario chocan para formar un cuadro onírico a veces asombroso, pero siempre profundamente simbólico.
Hoy en día, artistas como Julie Lagier, que se inspira en sus pesadillas para crear atmósferas y estados de ánimo quiméricos, siguen utilizando los temas oníricos. Ella misma lo explica: “He preferido seguir soñando antes que enfrentarme a las duras realidades que nos rodean. Las interpreto así, con un toque poético, a veces violento, a veces onírico, de forma muy minimalista, contentándome con poco para decir mucho”. La artista aborda con delicadeza sus inquietantes noches, en las que se descuartiza a sí misma y luego vuelve a ensamblar las piezas de su cuerpo en el orden equivocado.
Desde los orígenes de la creación, la pintura onírica ha sido una forma de recomponer el mundo y despertar en nosotros múltiples interpretaciones que nos ayuden a entender nuestro entorno o, a la inversa, que nos ayuden a interpretar lo que yace en lo más profundo de cada uno de nosotros.
¿ SABÍAS QUE… ?
- El artista Eugène Delacroix era miembro de los Haschischins, un grupo conocido por consumir diversas drogas para que el médico Moreau de Tour pudiera analizar los sueños y las alucinaciones que provocaban.
- Fue cuando Francisco Goya se quedó totalmente sordo cuando su pintura se volvió más oscura y triste, como puede verse en la serie Caprichos, que incluye la obra Los sueños de la razón traen monstruos.
- Salvador Dalí solía decir: “¡El surrealismo soy yo!