El París de principios del siglo XX se considera el símbolo del internacionalismo cultural artístico y Montmartre es su corazón palpitante. Con una estabilidad económica sin precedentes y una total libertad de expresión, París estaba entonces libre de represión política. Como epicentro de la modernidad, también acogió nuevas profesiones, como los galeristas y marchantes de arte, que pusieron en primer plano los estilos más modernos. Así surgieron futuras leyendas de la vanguardia como Picasso, Chana Orloff, Chagall y Modigliani.
En definitiva, el París de la Belle Epoque puede definirse como un fermento de culturas a través del cual cualquier expresión se hace posible. Aunque la capital francesa albergaba muchas instituciones y academias artísticas, el equivalente a esta efervescencia creativa y bohemia era sin duda la famosa Escuela de París.
Este término, utilizado por primera vez en 1925 por el crítico de arte André Warnod en el periódico Comoedia, no se refiere a un movimiento o estilo, sino a la oleada de pintores, escultores, músicos, escritores, fotógrafos o bailarines, franceses y extranjeros, que llegaron a la capital francesa para ocupar su lugar en la historia del arte moderno. Es principalmente en los cafés y cabarets de Montmartre o Montparnasse, donde surgieron movimientos como el fauvismo, el cubismo o el surrealismo.
Sinónimo de pluralismo de estilos, todos estos miembros desarrollaron estilos profundamente diferentes y singulares, guiados principalmente por el deseo de romper con las normas académicas francesas, así como con las de su país de origen.